Desde la aparición del primer caso de covid-19 en Panamá, hace casi ya tres meses, hemos gradualmente cambiado nuestros hábitos, no solo sociales, sino de consumo, primero de forma voluntaria, y ahora obligados por el Estado.
Pareciera que las cosas gradualmente volverán a la normalidad, pero por el momento, seguimos guardaditos en nuestras casas. Muchos, como en mi caso, hemos tenido la bendición de continuar trabajando desde casa, con poca o nula afectación en ingresos, pero aún así, hay casi 200,000 panameños que han visto sus contratos suspendidos, sin tener claro todavía cuándo regresarán a sus puestos.
Dicen por ahí que toda crisis es una oportunidad, y si hay algo que puedo rescatar de esta situación, es la habilidad de muchísima de las empresas, grandes o pequeñas, así como de los emprendedores, adaptarse para continuar generando ingresos y cómo hemos respondido a estos casos como consumidores.
Por ejemplo, cuando empezó este pleque pleque, la gente se abalanzó a los supermercados a comprar víveres y papel higiénico como si viniera el apocalipsis zombie, lo cual alteró el abastecimiento en los supermercados. Ahora, no era que había una escasez marcada, pero sí había menos cosas y menos variedad. Esto a su vez, nos expuso, por ejemplo a marcas que no eran top-of mind, como una de pan que en mi vida había visto, pero estaba bastante bueno y en mi casa lo hemos seguido comprando.
Así mismo, ahora la novedad en el chat de mi barriada no es el gato callejero que se trepa en los carros de los vecinos, sino seguirle la pista al camión de Avícola Rico Pollo [nombre ficticio] como quien sigue la ruta de Santa Claus en el sitio web de NORAD en Navidad. Ahora la gente hace sus pedidos de pollo, huevos y carne de cerdo y se los llevan a su casa. Al igual que la marca de pan “nueva” que llegó a mi casa, está avícola no es de las top-of-mind en Panamá (ustedes ya saben cuáles son) y tal vez no gaste tanto en publicidad para posicionarse de tal forma en tu cabeza, pero hoy tiene un mercado cautivo en una urbanización de 300 familias.
Por otro lado, la gente se las ha ingeniado para generar ingresos. Solo entre mis vecinos puedo contar una trader de aguacates, la que vendía carros y ahora hace dulces, y la experta en manualidades que ahora está haciendo máscaras de tela bien fancy… ah, sí… todas mujeres. Lo hermoso de esto, al menos entre mis vecinos, es que hemos generado nuestro propio marketplace, procurando como primera opción comprarnos entre nosotros mismos.
Esta pandemia nos ha venido a cambiar cómo consumimos, cómo comemos e incluso cómo nos relacionamos: compramos lo que hay cuando hay, ya no hacemos gastos frívolos, ya sea porque los establecimientos están cerrados o porque estamos cuidando más los reales, y las marcas top-of-mind pasaron a segundo plano, pero lo más importante, nos hemos vuelto más solidarios.
No tengo una bolita de cristal para saber si volveremos a la vida de antes, o si a partir de esta morrina nos crearemos una “nueva normalidad” como dicen por ahí, pero sí espero que esos silver linings perduren y nos hagan más resilientes.