Día del Niño desde los ojos de una mamá 5palos

Recuerdo hace un par de años que una amiga andaba viendo qué le regalaba a su hija para el Día del Niño. En ese entonces Daniel tendría como tres años, así que no estaba enterado de qué estaba pasando, y en mi cabeza, el Día del Niño aun era en noviembre, igual que para muchos que como Rayza y yo, estamos rascando los 30. Yo la verdad no recuerdo que mi mamá me regalara nada para esta ocasión, aunque ella dice que sí. Por mi parte, yo no he acostumbrado a regalarle a Daniel cosas así por así, y el Día del Niño entra en esa categoría, así que ahí murió el negocio.

La cosa es que como con cualquiera de esas fechas del agenda surf que andan por ahí, el Día del Niño no es para decir “¡ay, que lindos los niños… son la alegría de la casa” ni mucho menos regalarle otro juguete que quedará olvidado al rato. Se trata de una fecha para promover unidad y conciencia sobre los niños, sus realidades y su bienestar, como población vulnerable que son (así mismo como el Día Internacional de la Mujer tampoco es para que nos feliciten por ser coquetas e intuitivas y talentosas y poder hacer un montón de cosas en tacones, ni nada de esas pendejadas). Digo, existe tal cosa como el Día Mundial de la Hepatitis y nadie felicita por eso… o eso espero.

Hace varios años ya que la empresa donde trabajo ha adoptado las actividades del Día del Niño como bandera en su mayor comunidad de influencia, así que este fin de semana me tocó lanzarme hasta Chiriquí para el evento. Este año organizamos una tarde de cine en el parque, chifiando los usuales payasos y brinca-brincas, y aprovechando que mi familia estaría viajando también para Chiriquí, me llevé a mi hijo de “ayudante” a las actividades.

Daniel estuvo a mi lado cuando dije en un parque repleto de chiquillos, que si bien estábamos ahí para divertirnos, ir a la escuela, entre otras cosas, es un derecho y que deben apreciarlo. La verdad no sé si el mensaje habrá calado, pero por lo menos con mi hijo, quiero que entienda lo que mamá hace cuando no está en casa, que aprecie las cosas que tiene precisamente porque mamá trabaja y que pueda tener la empatía de ver el mundo más allá de sus privilegios. Afortunadamente, él nunca ha sido un niño de encapricharse con cosas ni pedir juguetes extravagantes y no ha perdido la costumbre de jugar con cajas de cartón.

Hoy mi niño tiene sus necesidades cubiertas y más; tiene una familia que lo ama, una vivienda segura, va a una buena escuela y aprende cosas que yo no recuerdo haber aprendido hasta mucho más grande. Lo más importante es que, al menos por ahora, me ha demostrado que es feliz con lo que tiene.

En medida que somos felices con lo que tenemos, es menos lo que necesitamos.

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