Hace un poco más de un mes me despidieron. De hecho era la segunda vez que me decían tatai de un trabajo en cuatro meses después de nueve años de un record intachable.
La primera vez no fue sorpresa. La industria en la cual trabajaba estaba bastante golpeada, por lo que el prospecto de que vinieran despidos estaba en el horizonte, y mi puesto tenía menos de dos años de tan siquiera haberse creado, así que me sentí aliviada que la incertidumbre terminara. Tampoco me sentía contenta donde estaba, pero tenía la intención de aguantar mi huaqueo mientras ahorraba para emprender, pero bueno… me tocó el hacha. Por más que racionalice la situación, siempre duele.
Hice un handover rápido de mi puesto y esperé a que la oficina se vaciara para limpiar mi escritorio y evitar preguntas o despedidas incómodas. Antes de salir llamé a mi mamá para que me contactara con una amiga suya que es abogada laboral, quien en cuestión de minutos revisó el mutuo, sacó los cálculos y me dijo que firmara tranquila. Además, yo estaba impaciente por llegar a casa y pensar en qué hacer.
Mi desvinculación vino con la promesa de que en unos días me contactaría un consultor de recursos humanos para iniciar un proceso de transición laboral, pero con un niño en la escuela y una hipoteca en ciernes, tenía que moverme rápido. Lo primero fue avisar a colegas de confianza que estaba de agente libre y ya para el martes había logrado mi primera entrevista.
A través de contactos conseguí buenos leads y Rayza me compartió su base de datos de reclutadores. Así empezó la tarea de mandar mi hoja de vida, y aun sin que tuvieran posiciones específicas, lograr que me entrevistaran. Incluso inicié un proyecto freelance con una socia, aunque el cliente nos salió chueco. Afortunadamente estuve solamente un mes sin trabajo, pero se hizo apremiante evaluar prioridades y proyectar mis gastos a largo plazo en caso de que mi búsqueda se extendiera.
Acepté un puesto en una industria en la cual no tenía experiencia y un rol al cual no le tenía afinidad, pero no dejaba de ser un reto interesante. El puesto pagaba 33% menos que mi trabajo anterior y sin beneficios, pero prefería eso, a estar en cero mientras seguía buscando.
En varias ocasiones estuve cerca de llegar a un punto de quiebre, tanto que un día quería salir a mi hora de almuerzo para no regresar… poco después recibí la noticia de que mis funciones serían reubicadas fuera del país, so bye bye de nuevo. En ese momento estaba en medio de un proceso para un puesto que sí era acorde con mi expertise y corrí con la gran suerte de que al día siguiente me lo ofrecieron.
Durante todo este proceso aprendí muchísimo sobre la efectividad del networking, a identificar mis habilidades mercadeables y cómo evitar gastos innecesarios. La verdad, tuve muchísima suerte de que en ambas ocasiones pude encontrar trabajo tan rápido como lo hice.
Dentro de todo, no había dejado de cuestionar si mis decisiones habían sido las más acertadas. Había salido de un trabajo donde estuve casi siete años, me gustaba muchísimo lo que hacía, tenía un excelente entorno laboral y beneficios envidiables, pero la verdad no iba a crecer profesionalmente ni a tener el ingreso que me permitiera lograr mis metas personales.
Si bien el puesto que tengo hoy paga lo mismo que aquel del cual me fueron en noviembre (y con beneficios muchísimo mejores), no digo que mi estabilidad laboral sea un tema resuelto. Ya no tengo tanta aprehensión en contar mi experiencia, pero lo que sí tengo claro es que es una situación en la no quiero verme nuevamente y tampoco le deseo a nadie.
Y sí, sigo buscando cómo emprender… como le dije a un jefe una vez: “mientras uno no sea el dueño del negocio, somos borrigueros. Unos con más rango que otros, pero borrigueros al final del día”.
De cada experiencia buena o mala siempre se aprende algo. Lo importante es seguir adelante y luchando no desfallecer. 🙂
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